16 febrero, 2010

Misa de doce


¡Si es la voluntad del señor que así sea! Lo repetía una y otra vez mientras descargaba su AK 47 desde el campanario de la iglesia de la que era párroco titular desde hacía más de 30 años.


Abajo cundía el pánico entre los pocos feligreses que quedaban en pie. A ambos lados de la plazoleta los cadáveres se amontonaban entre grandes charcos de sangre. Niños, mujeres, ancianos, las balas no hacían distinción. Agazapados tras los árboles que rodeaban el recinto sagrado se preguntaban como la tranquila homilía de un domingo matutino cualquiera se había convertido en semejante masacre.


Dieron las doce. El sonido de las campanas se perdía entre las detonaciones y los gritos desesperados de las beatas que no se atrevían a salir del templo. ¡Hágase tu voluntad! volvía a repetir don Segundo mientras apuraba el cargador dirigido hacia los pobres monaguillos que corrian despavoridos hacia el otro extremo de la calle.


En el bar de enfrente seguian con la partida de dominó sin inmutarse. Menudos prontos tiene el cura se decían. Aquella fue una mañana extraña en aquel pequeño y tranquilo pueblo.

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