07 agosto, 2009

Nada que perder

¿Y si supieras que ese iba a ser tu último día en la tierra? Él lo tenía claro y sabía lo que tenía que hacer.

Amaneció como cualquier otro día. Los primeros rayos del alba le golpearon como cada mañana y se fue desperezando poco a poco. Como siempre. La misma rutina de los últimos meses si no años.

Frente al espejo lo vio claro. Mientras se afeitaba pausadamente frente a aquel desvencijado espejo se dio cuenta que ese era el día. A otros nos habría templado el pulso, pero él lo tenía firme. Más que nunca. Ni un solo corte, ni un simple arañazo.

Había llegado la hora. Abrió con dificultad el viejo cajón de la comoda de aquel hostal cutre en el que llevaba viviendo desde que perdió trabajo, familia y vida. Sacó la nueve milimetros que había conseguido en el mercado negro unos días antes y se la guardó debajo de la camisa, muy cerca de lo poco que le quedaba de hombre.

Echó un último vistazo a aquella deprimente estancia y bajó, como cada mañana, al bar de la esquina. Café solo y tostada con aceite. Triste ultima cena, en este caso desayuno, para un condenado. Dejó sus últimos dos euros sobre el mostrador y salió por última vez del establecimiento.

El reloj-termómetro de aquella calle anunciaba que ya eran las diez y unos sofocantes 37 grados machacaban aquella mañana veraniega de Sevilla. Era momento de cumplir con su macabro destino.

En aquel edificio de oficinas la seguridad brillaba por su ausencia. Nada había cambiado en esos años. No había motivo para ello. No al menos hasta ese momento.

Subió hasta la primera planta, despacio pero sin vacilar en ningún momento. No estaba planeado pero sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Siguió avanzando por el pasillo mientras por su cabeza pasaba todo el calvario que había vivido desde la última vez que pasó por allí justo en dirección contraria a la que estaba recorriendo ahora.

Hizo oidos sordos a la chirriante voz que le decía que el señor Rodriguez estaba reunido. Abrió la puerta de aquel despacho sin llamar y la cerró a su paso.

Dos disparos secos retumbaron en todo el edificio. Dos cuerpos inertes cayeron sobre el parqué. El día había acabado para ambos y ambos lo eligieron, pero sólo uno de ellos lo sabía.



Alta tensión - Seis nubes

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