30 septiembre, 2010

El último trabajo. Cinco.

5

La claridad resplandeciente de un soleado día le golpeó los ojos en el momento de que le quitaran la capucha. Ahora se daba cuenta de que había pasado toda la noche noqueado y que un nuevo y negro día para él comenzaba.


- Así que tu eres la sabandija que me ha hecho perder millones.


Ante sus ojos don Leandro, gordo y sudoroso en no tan impecable traje italiano y corbata floreada, le miraba con ojos coléricos. A su lado rubia y radiante, o eso a él le parecía, la mujer del tren lo observaba, ahora sí, con curiosidad, como quien mira a los monos en su jaula la primera vez que visita el zoológico.


- ¿Pensabas que te ibas a librar tan fácilmente? ¿Que no habría consecuencias?¿Que te podías ir de vacaciones y ya está?


Don Leandro seguía dirigiéndose a él con tono despectivo sin reparan en que su vista seguía fija en Margarita, como después sabría que se llamaba y que era la nueva secretaria de don Leandro.


Habría visto a don Leandro dos o tres veces en todo el tiempo en que llevaba en la empresa y por supuesto que nunca se había dirigido a él. Un chupatintas de cuarta no se codeaba precisamente con las altas esferas. Por eso no sabía bien como dirigirse ante él y el estar atado y con una terrible jaqueca no ayudaba a la situación.
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- Don Leandro, yo creo que esto lo podemos arreglar- acertó a decir titubeante y sin mucho convencimiento.
- ¿Le arreo, jefe? - dijo Fermín, al tiempo que se acercaba con su enorme mano abierta.
- Calma, Fermín – dijo don Leandro - Claro que lo podemos arreglar.


Don Leandro le dio dos cachetadas al tiempo que encendía un cohíba y le llenaba la cara de humo. Él tosió y en su cara se dibujó una patética mueca entre la sonrisa y el alivio de sentirse nuevamente vivo.

Continuará...

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