14 octubre, 2010

El último trabajo. Siete.

7

Cuando le quitaron las sogas notó como le bajaba la presión sanguínea de manos y pies, que hasta ese momento estaban adormecidas. Le costó cierto trabajo avanzar hasta la mesita en la que habían colocado un plato de sopa. Agarrar la cuchara fue otra odisea. Llevaba cerca de veinticuatro horas sin comer y aquel plato de agua sucia con tropezones flotantes le supo a gloria.

Una vez restablecido, relativamente, pudo contemplar por primera vez el lugar en el que se encontraba. Un amplio y destartalado habitáculo que otrora habría sido una fabrica de algo que no supo adivinar se abría ante él. Salvo la mesa en la que había engullido aquellos manjares y la silla en la que había permanecido atado dios sabe cuanto tiempo no había más mobiliario que restos de maquinarias oxidadas y suciedad por todos lados. Amplios ventanales le conferían al lugar un aspecto menos tétrico cuando el sol iluminaba hasta los más escondidos recovecos.

Pasada la hora del almuerzo don Leandro y sus secuaces volvieron a visitarle. En esta ocasión la señorita Margarita no estuvo presente. Este hecho le entristeció en cierta forma. Los suplicios en buena compañía son más llevaderos, pensaba.

Don Leandro sacó de una cartera de piel que traía consigo un pasaporte, una nueve milímetros y una gruesa carpeta. Lo puso todo sobre la mesa delante suya donde hasta hace unos minutos estaba el plato de sopa y se le quedó mirando.

Él no sabía exactamente como actuar y le devolvió la mirada como buenamente pudo, aunque lo cierto es que con sus ojos de besugo y su cara de alelado no consiguió el efecto deseado. En lugar de la típica expresión de no se que pretendes pero no me impresionas en absoluto parecía más un no se que me espera ahora pero seguro que no va a ser nada bueno.

- Te llamas Carlos Brown, así lo atestigua el pasaporte que tienes en la mesa, y en cuanto te pongas al día con el dossier que hay en la carpeta saldrás de viaje de negocios y volverás con mi dinero o no volverás.

Continuará...

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