06 enero, 2011

El chico de la curva.

Era noche cerrada. Oscura como la boca del lobo. Caía una constante lluvia que tamborileaba en la luna delantera de mi vehículo mientras los limpiaparabrisas se paseaban de un lado a otro del cristal intentando despejar la pobre visión de la carretera comarcal que se habría paso entre zigzagueantes curvas.

La radio sonaba de fondo en aquella madrugada. Uno de esos programas de misterio tan de moda en la época con gran audiencia entre los trabajadores de la noche. Valientes guardas de seguridad, rudos camioneros y audaces gasolineros del turno de guardia llamaban contando sus cagantes experiencias con aparecidos y fenómenos extraños varios para regocijo de ancianitas trasnochadoras y jovenes juerguistas de vuelta a la calidez de sus hogares.


Aún cuando no soy persona crédula en esos aspectos sobrenaturales vino a mi mente que precisamente sobre esa misma carretera por la que yo serpenteaba se contaban historias sobre extraños seres luminosos que se aparecían en los recodos de cualquier curva.


Menuda tontería, pensé en ese preciso momento mientras despejaba de mi nublada y etílica mente los fantasmas de mis pensamientos. Y ahí fue cuando sucedió. Al doblar justo en el punto kilométrico veinte apareció ante mi una figura oscura. No pude ver sus facciones tras una gran capa luminosa que lo envolvía. Con gestos y lo que describiría como un farol o linterín brillante me estaba indicando que redujera la marcha y parara.


El pánico se apoderó de mi y por puro reflejo aceleré al máximo traspasando, o eso a mí me pareció, aquella aparición que se desvaneció de mi vista. No puedo recordar más de aquella noche.


Han pasado varios años desde aquel suceso y desde mi celda de la prisión provincial de Sevilla me sigo preguntando como pude confundir a un agente de la Guardia Civil que me de daba el alto en un control rutinario con la chica (en este caso chico) de la curva.

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