25 junio, 2010

El precio del conocimiento


Rodrigo era insultantemente joven. Acababa de terminar la carrera universitaria en un a de las mejores universidades del país a curso por año. Tuvo la suerte, o eso a él le parecía, de entrar a trabajar en una de las más conocidas multinacionales del país en el sector. No ganaba mucho pero lo que dejaba de percibir en metálico lo recibía en conocimientos. Eso es lo que le contaron en aquella entrevista y se lo creyó a pies juntillas.


Un día fue a la panadería del barrio, la de toda la vida, y le pidió a doña Encarna una barra de pan. Doña Encarna que llevaba toda la vida dedicandose al ilustre negocio familiar del amasado de pan era una señora de avanzada edad con bastante don de gentes y con una simpatía que había cruzado los límites del barrio, y se podría decir de la ciudad, que hacían de aquel humilde establecimiento un lugar obligado de paso.


Aquel día Rodrigo andaba algo excaso de fondos y como tenía en la cabeza aquella equivalencia de dinero con conocimiento le comentó a la señora Encarna:


- doña Encarna, hoy ando algo justo de caudales pero en pago de esta hermosa barra de pan que usted me ofrece le puedo dar en pago lo que he aprendido hoy en mi trabajo.


Doña Encarna, que era perra vieja y se las sabía todas, le contestó al joven:


- Rodriguín guapo, te conozco desde que eras un renacuajo. No te puedo dar la barra de pan a cambio de tus conocimientos en mecánica cuántica, que de nada me van a servir en mi labor diaria, pero sí que te voy a regalar nuevos conocimientos, que al parecer en tanto estimas y que de verdad de pueden ser útiles.


Redrigo con cara de perplejidad puso su mayor antención en aquella anciana y escuchó como si nunca hubiera escuchado algo semejante en su vida las siguientes palabras:


- Lo único que tienes que conocer en esta vida es que el mundo se mueve al son del dinero, para aprender están las escuelas y las universidades y si esa enseñanza no te la han suministrado en tu trabajo buscate otro porque nada te pueden enseñar más allí y ten por seguro que están abusando de tu ingenuidad. Y lo demás son milongas de neo-liberales.

Rodrigo salió de aquella panadería sin pan pero con la lección aprendida.

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